Arte y Caracter Sagrado de los Instrumentos Autoctonos de America

Por Susana Ferreres y Alejandro Iglesias Rossi

 

En las Tradiciones espirituales de América, el Universo del Sonido comienza su travesía en el Océano de Aire Puro, hasta que se convierte en el sonido de las olas, el silencio polar y el rugido de los bosques.

Los instrumentos musicales, portadores de este Misterio primitivo, surgen desde el fértil humus, de los bosques, rocas y caracoles, de los caparazones de los animales así como también de sus huesos, pieles y pezuñas. Son los vectores que transmiten el Sonido místico del Universo junto con aquella alma de hombre que llevan en una travesía de regreso al Espíritu de donde originaron.

Pájaros, truenos y huracanes,

Instrumentos del Cielo.

Arboles, huesos y semillas,

Instrumentos de la Tierra.

Paradigmáticamente, en el ascenso místico del Arbol en el Centro de la Tierra, o en la travesía chamánica del Arco Iris, son los instrumentos los que actúan como pontífice, son ellos los que construyen el Puente capaz de conectar los mundos. Conectando danza con canción, los instrumentos proveen la estructura capaz de proyectar al hombre en su travesía extática a través de lo desconocido, a través de estratos terrestres y círculos celestiales, una geografía espiritual en la que el centro está en todo lugar y la circunferencia en ninguno.

En las Tradiciones autóctonas, la construcción de un instrumento es tan ritualista como su ejecución. Cada instrumento es único y personal. El Chaman mismo, en una noche específica, recogerá la madera de un árbol para su tambor, estirará sobre ésta el cuero de un animal con el redoble duro y rítmico de los palillos, permitiéndole de esta manera cabalgar al otro lado. Es en este otro lado, que se encuentra la Terra Incognita de las visiones proféticas, las epifanías artísticas, y las curas milagrosas.

La Sabiduría de las Fuentes Indígenas muestra una realidad que continúa formando la profunda estructura y conciencia de nuestra existencia. Un enfoque singular a la creación nos puede reinsertar al tronco primigenio de la concepción del Arte como un medio de re-conectar al hombre con sus orígenes.

El artista tiene un rol catalítico como constructor de mitos, ahora que toda la creación es una regeneración e implica un retorno a estos orígenes: en la construcción de un instrumento, en la creación de una obra de arte o en la restauración de un ser humano, rehace ritualmente la creación del mundo. El artista siente que, de esta manera, en la intimidad de su ser, existen procesos arquetípicos cosmogónicos y antropogénicos.

Es esencial un retorno a este “proceso de iniciación” para que el arte de vanguardia recupere su función mitológica. La multitud de formas de expresiones entretejidas en lo profundo de nuestra existencia pueden entonces revelarse como inagotables, para aquél que reconozca esta reconexión a sus orígenes.

Junto con el redescubrimiento de esta iniciática visión de Arte, es necesario revisar el proceso de composición al relacionarse con las técnicas gesto-instrumenales.  

Históricamente, el ascenso extraordinario del espiral de conocimiento tuvo consecuencias inesperadas: el distanciamiento del núcleo embrionario místico. La Unidad Primigenia terminó fragmentada en el concepto de la especialización técnica del conocimiento. En la actualidad, es necesario redimir y restaurar esta Unidad perdida a través de una estructura conceptual que nos permita re-encontrar el camino hacia la Unidad ontológica fundamental. Redirigiendo los parámetros de creación musical en una relación nueva con los instrumentos indígenas de América pueda que haga que esto sea posible nuevamente a través de lo que los antiguos virtuosos de este continente llamaron el camino del conocimiento.

Nuestro desafío como creadores contemporáneos es generar un Cuerpo orgánico; Una Teoría y una Praxis en armonía junto con las coordenadas especial/temporal y la matriz poética de Abya Yala, el linaje espiritual de América.

 

Técnicas Contemporáneas de Creación e Identidad Cutural

Por Alejandro Iglesias Rossi

 

Los compositores en América se encuentran en un punto decisivo, por un lado buscando una identidad personal como creadores, y por otro una identidad cultural como miembros de la comunidad que los rodea. El desafío consiste en llegar a ser uno mismo, descubriendo la “singularidad” propia, en toda su potencia.

Este proceso, no solo afecta al creador pero también influye y transforma la geocultura misma en la que nace.

Los elementos transculturales (como en el caso de técnicas de vanguardia y componiendo en el clásico estilo de origen Europeo), deben ser digeridos e interiorizados, de manera que reaparezcan con una fuerza especial, un color  único que extenderá los límites del conocimiento, tal como uno investiga el territorio desconocido de la creación.

Este desafío no solo es individual y cultural pero también instrumental y operativo, es decir, conlleva la elección de la técnica y medios (las herramientas) que elegirá el creador, libre de cualquier teoría o prejuicio que pueda refrenar su capacidad visionaria. 

Se deberán tomar en cuenta varios temas diferentes:

El conflicto entre el aprendizaje enciclopédico y conocimiento basado en la sabiduría;

Sin asumir el espacio que uno habita;

Admiración por paradigmas desconocidos que solo pueden llevar a la insatisfacción.

El hecho de comprometerse con las demandas de encontrar una “forma de ser y hacer” que estén arraigadas en el tiempo y cultura al que pertenecemos, quita la supuesta dicotomía entre las técnicas de creatividad contemporáneas y raíces culturales.

 

Encontrar el camino y aceptar el desafío, revela un lugar de libertad inesperado. Este travesía, esta maduración, es una que el compositor debe llevar a cabo personalmente y como miembro de una comunidad, aunque esencialmente estos son lo mismo.

 

                                                      Hipostasis

 

Para nosotros, los Estadounidenses, la única posibilidad de mantenernos abiertos a lo mejor de lo que modernidad tiene para ofrecer, mientras simultáneamente arraigado a nuestra cultura, es encontrar aquello que la Teología Cristiana primitiva llamó Hipostasis. 

El término Griego Hipostasis fue utilizado primero en el siglo cuarto, para describir el concepto de “unicidad”, este algo especial en cada uno de nosotros: nuestro ser más íntimo.

Hipostasis no puede ser definido racionalmente, en contraposición al concepto teológico de Naturaleza Humana, que abarca todo lo que compartimos (Ej.: dos piernas, dos ojos, una psiquis, etc.). Constituye un misterio, y la única forma de acceder a ello es por medio de la Revelación. Este es el nuevo nombre mencionado en el Libro de Apocalipsis: “Al que venciere, daré de comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita blanca escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.” Para que nosotros vayamos más allá del estado de Hipostasis “potencial” y convertirnos en una persona “plena” a quien se le pueda revelar este nuevo nombre, debemos pasar por un proceso de despertar y debemos liberarnos de todas las caretas,  todas las “personalidades” que creemos ser y por las que sufrimos, porque a pesar de todo esto, sabemos que aquellas personalidades que nos condicionan, no reflejan “nuestro verdadero ser”.

De la misma manera que no podemos referirnos a Hipostasis fuera de un contexto ascético, místico y escatológico, la composición tampoco puede ser considerada fuera de aquellos tres contextos. Cada una de nuestras composiciones debe constituir un paso más cerca a nuestro verdadero ser.  Técnicamente, si al finalizar una composición sentimos que nada cambió en nosotros, que nada cambió dentro nuestro, y que no hubo ninguna transformación; si no sucedió metonia en nuestro ser, entonces, aquella pieza de trabajo es sin sentido, pues fue compuesta en un estado de ausencia espiritual, y no tiene el poder de transformar. Es mejor que la olvidemos. Los verdaderos trabajos de composición son aquellos que nos permiten movernos hacia terrenos desconocidos constantemente, dejándonos siempre al borde del abismo. Paradójicamente, es de esta manera que adquirimos el coraje para afrontar el abismo, no antes de saltar, sino en la caída misma. Es en la praxis de componer, y no en teorizar, que nuestro potencial personal es iluminado progresivamente. Este punto es fundamental: llegamos a entender la esencia de nuestro ser a través de la práctica espiritual.

Componer revela nuestro verdadero ser, lo cual los compositores deberían tomar en cuenta.

Este punto está bien descripto en un cuento medieval:

Un hombre camina a través de una cantera donde se encuentran dos hombres martillando piedras. Le pregunta a uno de ellos qué está haciendo. El hombre responde: “Estoy martillando piedras”. Le pregunta al otro hombre qué está haciendo, y el segundo hombre responde: “Estoy construyendo un castillo”.

Componer debería suponer un compromiso total. Podríamos preguntarnos, ¿por qué es así? Porque Hipostasis, la verdadera persona, es una consideración total. Solo podemos acercarnos a través de un compromiso incesante y feroz, y con un significado de libertad total. Como ya mencioné antes, nuestro Hipostasis más íntimo es radicalmente libre, y cuando emerge la verdadera  persona, lo hace llevando la aparición de un área insospechada de libertad interior.

Otra característica de nuestro ser más profundo, es aquella de ser incomparable. Podemos comparar aquello que es similar, pero con lo singular de cada persona, no puede haber comparación. No existe mejor o peor Hipostasis, ninguno es más hermoso o menos hermoso que el otro. Como dijo un maestro místico hace algunos siglos: “Cada uno de nosotros es un Nombre de Dios”.         

Solo si el compositor está completa y claramente comprometido a la búsqueda de su ser más íntimo, formando una vocación espiritual total a través de sus composiciones, es posible que él pueda asimilar libremente cualquier material que desee, y que lo procese en forma personal, ofreciendo una síntesis única. 

En los años 50, respondiendo a una pregunta de un reportero sobre, ¿Qué es folklore?, el gran compositor Héctor Villalobos intentó resumirlo y respondió bromeando, al decir, “¿Folklore?.., Yo soy folklore”. Para explicar este concepto en más detalle, yo diría que soy el resultado de la tierra en la que vivo, estoy hecho del aire de las pampas, la nieve de los Andes, los cuerpos de los cóndores vueltos polvo, la esperanza y desesperación que impregnaron el cielo de América por generaciones. Es por ello que si descubro quien soy, el resultado no será solamente personal, sino que reflejará la geografía y cultura en la que nací y me crié. Y de la misma forma en que la ciencia moderna en la actualidad acepta que el revoloteo de una mariposa en el Amazona pueda ocasionar un ciclón en Japón, yo también soy el producto de los sueños y el dolor de almas que por generaciones han habitado sobre este planeta, del color de la arena del Sahara y las piedras del pueblo más remoto y perdido sobre la Tierra. Somos, como dijo San Pablo, un cuerpo, y cada uno de nosotros debe realizar una parte única en esta sinfonía cósmica, permitiéndonos de esta forma, que seamos uno con el universo.

 

 

Alejandro Iglesias Rossi nació en Buenos Aires, donde actualmente vive, en 1960. Estudió composición en la Universidad Católica Argentina, en el Conservatorio de Música de Boston y en el Conservatorio Nacional Superior de Música de París. Ha recibido premios tales como Primer Premio del International Rostrum of Composers y del International Rostrum of Electroacoustic Music, el Kazimierz Serocki Prize, el BMI Award, el Premio TRINAC, el Musikprotokoll Prize, la Beca Nadia Boulanger, el Honorary Prize of the Fondation de France, y el Premio de la Ciudad de Buenos Aires. También ha sido miembro del Jurado para el Premio de Honor de la UNESCO y de World Music Days.Sus composiciones han sido interpretadas en muchos Festivales de Música Contemporánea tales como Berlin Biennale, Festival d’Orleans, Warsaw Autumn, Steirischer Herbst, Dresden Tage, World Music Days, el  Foro de Música Nueva de México, Spaziomusica, Festival de La Habana, etc). Email: aiglesias60@hotmail.com

 

Traducción de Priscilla McCarthy (Argentina)