Charla con Anton Armstrong

orgulloso de pertenecer a la Federación Internacional de Música Coral durante más de 30 años.

Andrea Angelini, director editorial del BCI, director y compositor

 

Estimado Anton, este es el trigésimo año que diriges el St. Olaf Choir. ¿Cómo empezó vuestra relación?

Tenía 16 años cuando mi pastor, el Rvdo. Robert Hawk, me contó que el St. Olaf Choir actuaba en el Lincoln Center de Manhattan. Sabiendo que me encantaba la buena música coral, mi pastor supuso que me interesaría aquel concierto, pero yo tenía entradas para ver a los Moody Blues en el Madison Square Garden.

No era de los que aceptaban un no por respuesta. El Rvdo. Hawk fue a ver a mis padres y mi madre me vetó la banda de rock inglesa. El St. Olaf Choir dio un concierto coral inolvidable, y la imagen de las emblemáticas túnicas moradas que llevaban se me quedó grabada.

Un año y medio después fui a una feria del Lutheran College en Long Island para emprender mi camino y encontrar una facultad lejos de Nueva York. Había colas larguísimas de estudiantes para hablar con los representantes de las primeras universidades de mi lista. La vida en Nueva York te hace aborrecer el tráfico, así que cuando pasé —por tercera vez— por un puesto universitario donde nadie hacía cola, acepté la invitación del secretario de admisiones, Bruce Moe, para que me diera más información sobre el St. Olaf College de Minnesota. Me acordé del St. Olaf Choir y sus túnicas moradas. La universidad tenía todo lo que buscaba: una tradición luterana abierta, con gran énfasis en la vocación, y una misión con una perspectiva global y un fomento del crecimiento mental, corporal y espiritual. Había profesores excelentes, un departamento religioso bien fundamentado, un departamento de música muy activo y grandes coros.

Pero tenía una última pregunta: “¿cuántos estudiantes negros van a tu universidad?”.

La mirada de Moe chispeó. “Serías uno más”.

Me pareció una respuesta muy honesta, así que puse a la St. Olaf en mi lista de universidades por visitar.

¿Nos cuentas un poco más sobre tu formación? ¿Dónde estudiaste música y por qué?

Mis padres, Esther y William Armstrong, apoyaron mi interés por la música. Hicieron grandes esfuerzos económicos para que pudiera dedicarme a ello, contando las clases, la escuela privada y la afiliación al American Boychoir.

Carol y Carl Weber (estudiantes del Westminster Choir College y músicos de mi iglesia local) fundaron el coro infantil eclesiástico cuando iba a preescolar. De no haber sido por Carol, gran parte de mi recorrido en la música jamás hubiera sucedido. Tenía seis años cuando me dio mi primer solo —todavía sé cantarlo—, y nos dio una formación llena de sabiduría. También me presentó al American Boychoir.

Cantar en aquel coro despertó mi pasión por el canto coral. Aunque en aquel momento solo éramos tres o cuatro niños afroamericanos en el coro, recibimos el mismo trato y nos valoraron por nuestro talento y nuestra disposición para esforzarnos. Fue una experiencia que me hizo crecer y estableció mis normas de calidad en la música coral.

Luego, claro, llegó la etapa de estudiante en la St. Olaf, donde aprendí de mi predecesor, el Dr. Kenneth Jennings, y de dos directores, el Dr. Robert Scholz y Alice Larson. Todavía recuerdo la primera vez que escuché a Alice dirigir a los Manitou Singers de la St. Olaf. Nunca había escuchado a ninguna mujer que cantara así. No era ese sonido infantil; era rico y femenino. Recuerdo ver cómo el gesto de la mano de Kenneth Jennings cambiaba una frase en un instante. Por último, el más espiritual de mis maestros, Bob Scholz, era una persona con gran estima por su música, pero aún más por las personas que la crean.

Además, en mi etapa de posgrado en la University of Illinois y la Michigan State University, tuve la suerte de tener la guía de mentores tan edificantes como el Dr. Harold Decker, el Dr. Charles Smith y la Sra. Ethel Armeling. Quizá el mejor regalo de mis años en Illinois fue conocer al que sería un gran amigo y colega durante casi 42 años, el Dr. André Thomas.

Dirigir un coro, sobre todo a tu nivel, requiere conocer la técnica, pero también ser un referente vital, un amigo, un psicólogo. ¿Qué consejo le darías a los directores jóvenes que quieran dedicarse a esto de manera profesional?

En mis primeros años como director, quería conseguir una interpretación coral perfecta. Sin embargo, a lo largo de los años, he aprendido que no se puede alcanzar la perfección. En lugar de eso, busco la excelencia en la expresión de nuestra voz en una canción comunitaria.

La persona que más influencia ha tenido en mi vida adulta profesional es Helen Kemp, profesora emérita de voz y música eclesiástica del Westminster Choir College. Su mantra me ha acompañado durante más de 40 años: “cuerpo, mente, espíritu y voz; hacen falta todas las partes de la persona para cantar y alegrarse”. Ella fue la que dio forma a mi vocación como instructor de música vocal y director.

A los directores jóvenes les recomiendo que se centren más en la persona que en el tema. Utilizamos la música como medio de gracia para llegar al alma de aquellos a quienes tenemos el deber y el placer de dirigir en nuestros conjuntos corales.

¿Crees que la música coral, además de una forma de arte, es también una forma de llegar a un ser superior, llámale Dios, paz interior u otra cosa?

Yo creo que el arte de la música coral es la expresión y la alabanza del agradecimiento a Dios, o el nombre que se le quiera dar a ese ser infinito.

A lo largo de mi carrera, la mayor parte de la música que he interpretado con grupos corales ha sido música eclesiástica —o sacra—. Como afroamericano estadounidense, algunas de mis raíces son la fe en Dios, el servicio al prójimo y el respeto por la creación. También el deseo de dar sin esperar nada a cambio, y la fe en un Dios que te acompaña en cualquier dificultad.

En todos estos años como director, esa experiencia me ha guiado al descubrirles el mundo del creador infinito a personas de todas las edades. Me he dado cuenta de que hay muchas maneras de llegar a ese creador infinito, para mí, a ese Dios. Suelo sentirme más cerca de Él cuando canto o dirijo música coral.

Hablando de repertorios corales, ¿con qué repertorio te sientes más vinculado?

Gran parte de mi trabajo como cantante y director se basa en el canon coral occidental de Europa y Norteamérica. Por tanto, la música eclesiástica ha tenido una gran presencia, pero también me he interesado por la música laica.

También me atrae la música popular de cualquier parte del mundo, sobre todo el negro spiritual, que trata de la condición humana: el dolor y el placer, la alegría y la tristeza, y el triunfo sobre las peores vejaciones que se pueden infligir a otro ser humano. Estos elementos son los que hacen que este género coral sea tan apreciado en todo el mundo, y la razón de que me guste tanto compartirlo en mis compromisos internacionales de dirección.

En un BCI anterior hubo un debate sobre ‘la cultura del director’. Para entrar un poco más en detalle, tener cultura no es solo haber leído muchos libros o escuchado muchas piezas corales, sino también formar parte de esas ‘redes significativas’. Ahora bien, es innegable que la mayor parte del repertorio de música coral es un patrimonio de la música occidental. No sería justo ocultar una verdad tan diáfana. Algunos dicen que muchos directores, por su lugar de nacimiento y su formación cultural, no son ni serán jamás parte de este tipo de tradición en su sentido más puro. ¿Crees que cualquier coro, al margen de su identidad cultural y geográfica, puede interpretar cualquier género de música coral?

Esta pregunta plantea el interrogante que intentan responder muchos instructores de música vocal del siglo xxi, principalmente el de la apropiación cultural. No creo que haya que pertenecer a una raza o cultura concreta para hacer música de una raza o cultura concreta. Sin embargo, creo que, al haber recibido una rigurosa formación para comprender e interpretar música del canon coral occidental, esos mismos aspectos del estudio y la práctica interpretativa deben aplicarse a la música de otra cultura.

El director debe estudiar bien la cultura de la pieza, los aspectos de su interpretación y estilo musical, y el uso del idioma y el dialecto para rendir un homenaje adecuado a las personas que crean esta música. Si se hace bien, creo que sí se puede interpretar música de otra cultura.

La Federación Internacional de Música Coral (FIMC) es una red coral a nivel mundial. A tu juicio, ¿cuáles deberían ser sus principales objetivos y actividades?

Me enorgullece decir que pertenezco a la Federación Internacional de Música Coral desde hace más de 30 años, y he tenido la oportunidad de asistir a cada Simposio Mundial de Música Coral desde la primera edición en Viena el 1987. Me llevé una gran decepción cuando se canceló el Simposio de 2020 en Nueva Zelanda a causa de la covid-19.

La FIMC es una gran plataforma de contacto entre las comunidades corales de todo el planeta. En los simposios he ejercido como delegado y ponente, he dado clases magistrales y he dirigido coros. Estas reuniones han sido algunos de los acontecimientos más importantes que ha organizado la FIMC, y han proporcionado un medio de gran valor para hacer contactos y exponerse a la música coral de todo el mundo.

También aprecio la investigación constante de la FIMC y su labor en los países en desarrollo. En los últimos años, su capacidad de reunir a las personas a través de internet ha sido crucial para el desarrollo de la canción comunitaria a escala mundial.

Viajas mucho como director invitado y tallerista. ¿Dónde te sientes más como en casa? ¿Qué país extranjero armoniza mejor con tus hábitos e ideas en relación con la interpretación y la práctica del repertorio que diriges? ¿Y por qué?

Mis experiencias internacionales me han demostrado que nuestra labor crea lazos y sana heridas. Las canciones que cantamos de diferentes partes del mundo son a menudo la puerta a una visión cultural muy diferente de la nuestra. Si tratamos esa música con respeto y nos esforzamos en comprender cómo y por qué ha surgido, comenzamos a entender a las personas que la crearon y encontramos coincidencias en nuestro modo de coexistir. Una vez empezamos a cantar juntos, nuestras diferencias de sexo, edad, raza, etnia, nacionalidad, expresión religiosa o no, orientación sexual y nivel socioeconómico no desaparecen, sino que dejan de convertirse en obstáculos.

Debo decir que cualquier destino de mis viajes me ha hecho sentir muy bien recibido, lo que reafirma mi perspectiva de que, cuando cantamos juntos, las barreras que nos separan se vienen abajo. He pasado mucho tiempo en Noruega y en Corea del Sur, y ambos ya se han convertido en segundos hogares para mí. Gracias al don de la música coral, he hecho amigos en todo el mundo, y esta es una de las bendiciones de ser director.

Anton, permíteme una pregunta como ‘director italiano’. Italia, sobre todo Roma y Venecia, se consideran la cuna de la polifonía renacentista. ¿Por qué esta música, incluso en el siglo xxi, sigue siendo tan admirada e interpretada?

La música del Renacimiento se caracteriza por la belleza e independencia de la línea musical vocal. Esta música también permite que el cantante y el oyente creen hermosas armonías. También hay una estrecha interacción entre el texto y la música que recoge las emociones del alma humana. Esa confluencia nos llega a lo más profundo de nuestro ser.

Volviendo al St. Olaf Choir, ¿cuáles son tus próximos proyectos con ellos?

La pandemia de la covid-19 ha puesto patas arriba nuestro mundo y cualquier plan que tuviera con el St. Olaf Choir. Lo cierto es que nos estamos enfrentando a un cambio de paradigma, incluso en cómo definiremos nuestra existencia como coro en el futuro próximo. Sin embargo, espero que, a pesar de esta pandemia, nuestras aspiraciones futuras se hagan realidad.

Uno de mis sueños es llevar el coro a África. También tengo muchas ganas de reanudar los proyectos con varias organizaciones maravillosas de aquí, de Minnesota, como la Saint Paul Chamber Orchestra, la VocalEssence, el Magnum Chorum y varias más.

Por último, de cara a mis últimos años como director del St. Olaf Choir, es posible que llevemos a cabo nuevos proyectos de grabación, sea cual sea la forma de hacerlo. También quiero investigar más el papel de la música coral como defensora de la justicia social en el mundo.

También vivimos de los sueños, y seguramente algunos son imposibles de alcanzar. Si tuvieras el poder en tus manos, ¿qué harías para cambiar el mundo a través de la música coral?

Puede que sea idealista, pero si tuviera el poder para hacerlo, desearía que todas las personas del mundo utilizaran el don divino de cantar. La voz es el más humano de los instrumentos. Con ella encontramos afinidades entre nosotros, compartimos canciones y experiencias vitales y recorremos el mismo camino como seres humanos.

Es algo que he aprendido durante los 23 años que he formado parte del Oregon Bach Festival. En el transcurso de las ediciones de este festival, que se ha celebrado durante 50 años, los fundadores, Helmuth Rilling y Royce Saltzman, han demostrado de sobra cómo podemos unirnos para hacer música, aunar esfuerzos, crear vínculos y entablar relaciones enriquecedoras y duraderas a través del arte de la música coral.

Finalmente, si no estuvieras en la St. Olaf, ¿qué estarías haciendo y dónde?

Comencé mi carrera en el Calvin College (la Calvin University de ahora) dirigiendo coros de la institución y dentro de la comunidad. No todo el mundo llega a entenderlo, pero fue una decisión muy difícil irme de allí cuando acepté mi cargo actual en la St. Olaf en 1990.

Sin embargo, lo que siento por la St. Olaf es vocación, un concepto de vocāre.

La universidad no es perfecta, pero es un lugar donde la gente viene a estudiar, trabajar y esforzarse por tener un lugar de pertenencia. Vivimos en un mundo dividido donde es muy fácil encontrar motivos para alejarnos. Una de las mejores cosas de trabajar con la música, sobre todo la música coral, es que nos permite encontrar un lugar de pertenencia donde podemos expresarnos y encontrar un grupo en aquellos que nos rodean.

Además, la St. Olaf ha sido una comunidad que ha promovido el cultivo y la elevación del ‘liderazgo servidor’ en cualquiera que sea nuestra vocación en la vida. Para mí, este sentido de vocación, de vocāre, ha florecido en mi etapa como miembro de la comunidad de la St. Olaf College y sobre todo con la labor y la misión del St. Olaf Choir.

 

Traducido del inglés por Jaume Mullol, España

Revisado por Juan Casabellas, Argentina