Graham Lack, Editor Asesor del BCI y compositor
Ya ha pasado cerca de un año desde que se llevó a cabo el “1º Concurso de Composición de Música Coral”, y el anuncio del segundo parece ser una buena oportunidad para analizar el impacto del evento original. Durante el período subsiguiente al primer Concurso, dos líneas de pensamiento invadieron las mentes de los miembros del jurado: la extraordinaria variedad de lenguaje compositivo que se había empleado, lo que llevó a una intensa respuesta emocional, una perfecta fidelidad a las palabras, una expresión precisa y una profunda imaginación auditiva que dio como resultado el deleite puro del sonido coral, al menos en algunas obras; y los graves errores en muchas de las obras presentadas, “intentos” corales que mostraron una falta total de comprensión o de experiencia en tesituras y rangos vocales, que se anclaron en el mundo del sonido sensiblero, que demostraron gran dificultad para componer eficazmente, con conducciones de voces bastante desacertadas y, con sorprendente frecuencia, develaron un gran número de “infidelidades” armónicas dentro de una estructura musical débil, declaradamente tonal. No nos gusta tanta franqueza, pero la verdad ante todo.
Con esto en mente, el presente llamado de partituras se refiere a estos puntos en términos para nada ambiguos pero de manera completamente positiva. No existe un tema en especial para el Concurso: los compositores pueden elegir el texto que deseen, sea o no de dominio público (de no serlo, es necesaria una autorización del copyright, por supuesto); en escritura dividida hasta ocho partes (de SATB a SSAATTBB) y el jurado acepta la entrega de trabajos “manuscritos en lápiz o bolígrafo”, que deben escanearse y enviarse como archivo electrónico. El jurado espera embarcarse en este desafío y que eBay sufra un colapso en el sistema cuando cientos de teclados con programas MIDI sean puestos en subasta. Lo entiendes. Un exceso de confianza en programas de notación musical, junto a la habilidad de introducir música directamente con una interface de computadora, ha despojado lamentablemente a los jóvenes compositores de una simple hoja de papel y de un lápiz HB. Presionar dicho implemento en el papel representa una experiencia háptica totalmente diferente, y logrará como resultado una música radicalmente diferente. No tenemos nada en contra de Finale o Sibelius o Score, son asombrosas herramientas comerciales, pero no más que eso… algo para utilizar después del hecho, ni bien se termina de componer una pieza.
El jurado no va a estar buscando la obra coral más innovadora del momento, tampoco una pieza que contenga sólo “sonidos nunca antes oídos”; lo que si buscará es entregar un primer premio y algunos premios especiales discrecionales a la pieza que utilice un lenguaje musical que pueda ser representado y reconocido en una obra subsecuente del mismo compositor (como si fuese una huella digital de la composición), que demuestre plausibilidad dentro de un contexto armónico determinado, que cumpla el criterio de “cantable” con un tiempo de ensayo limitado, y, reiteremos, que se haya ceñido a fondo a un criterio tal en que los registros, la tesitura y la conducción de voces se respeten.
Y para terminar, un consejo viejo pero real: escriban lo que escuchan y escuchen lo que escriban. Para hacer eso, entrenen la mente, el oído, y el oído de la mente. Y mientras la tapa del piano se levanta, pensemos en aquel adagio que dice “Abandona toda esperanza tú que entras aquí”. Les deseamos, a todos aquellos que piensen inscribirse en el Concurso, la mejor de las suertes, y que estos pensamientos sirvan para reflexionar.
Graham Lack
Presidente del Jurado
1º Concurso de Composición de Música Coral
Traducido por Diana Ho, Venezuela