Por Aurelio Porfiri, compositor, director, escritor y docente
El mundo de la música sacra ha conocido varios puntos de inflexión entre los siglos XIX y XX. Seguramente la mayoría de los lectores hará referencia a la reforma surgida de los documentos del Concilio Vaticano II, que han afectado profundamente a la música que escuchamos en las iglesias católicas. Sin embargo, el primer punto de inflexión se produce, de hecho, el 22 de noviembre de 1903, día en que el Papa Pío X promulga un Motu Proprio (esto es, un documento hecho por iniciativa propia que no ha pasado por las oficinas de la curia).
Este Motu Proprio se ocupaba precisamente de la música sacra y tenía la intención de reformar su práctica de modo que se llevara a cabo una “purificación” de la fuerte influencia del estilo operístico en el templo de Dios: “Con verdadera satisfacción del alma nos es grato reconocer el mucho bien que en esta materia se ha conseguido durante los últimos decenios en nuestra ilustre ciudad de Roma y en multitud de iglesias de nuestra patria; pero de modo particular en algunas naciones, donde hombres egregios, llenos de celo por el culto divino, con la aprobación de la Santa Sede y la dirección de los obispos, se unieron en florecientes sociedades y restablecieron plenamente el honor del arte sagrado en casi todas sus iglesias y capillas. Pero aún dista mucho este bien de ser general, y si consultamos nuestra personal experiencia y oímos las muchísimas quejas que de todas partes se nos han dirigido en el poco tiempo pasado desde que plugo al Señor elevar nuestra humilde persona a la suma dignidad del apostolado romano, creemos que nuestro primer deber es levantar la voz sin más dilaciones en reprobación y condenación de cuanto en las solemnidades del culto y los oficios sagrados resulte disconforme con la recta norma indicada. Siendo, en verdad, nuestro vivísimo deseo que el verdadero espíritu cristiano vuelva a florecer en todo y que en todos los fieles se mantenga, lo primero es proveer a la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se juntan precisamente para adquirir ese espíritu en su primer e insustituible manantial, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la pública y solemne oración de la Iglesia. Y en vano será esperar que para tal fin descienda copiosa sobre nosotros la bendición del cielo, si nuestro obsequio al Altísimo no asciende en olor de suavidad; antes bien, pone en la mano del Señor el látigo con que el Salvador del mundo arrojó del templo a sus indignos profanadores.”
A pesar de las palabras de algún modo diplomáticas del Pontífice, el estilo teatral había entrado en un sinnúmero de organistas y repertorios corales, de manera que la tarea de restaurar la auténtica música sacra (cuyos supremos modelos son el canto gregoriano y la polifonía renacentista) no resulta fácil, pese al apoyo de los miembros de las sociedades (cecilianistas). Sin duda, el Papa necesita un hombre que contribuya a renovar el repertorio y ofrezca algo más accesible a esos coros que tienen dificultades con el Canto o la compleja polifonía de Palestrina, pero aún en sintonía con la dignidad del templo; o incluso que ofrezca a los buenos coros algunas composiciones modernas que no sean indignas de aquellas de la antigüedad.
Cuando el Papa Pío X era todavía patriarca de Venecia, tenía como maestro de capilla a un joven sacerdote que, en 1898, se postuló para el cargo de director del coro de la capilla Sixtina. Este hombre de gran talento, a quien volverá a encontrar cuando acceda al pontificado, fue Lorenzo Perosi. Nació en Tortona (norte de Italia) en 1872. El padre, maestro de capilla, le da las primeras lecciones de música. Después estudiará en el Conservatorio de Milán y en la Escuela de Música Sacra de Ratisbona (con el célebre maestro Franz Xavier Haberl). Desde muy temprana edad siente la necesidad de una reforma de la música sacra, y contribuirá a este objetivo con sus propias composiciones. También será ordenado sacerdote en 1894. Tras ejercer en algunos coros (entre ellos el famoso coro de san Marcos de Venecia), es nombrado vicemaestro de la capilla Sixtina de Roma en 1898 y maestro en 1902. Desempeñará este cargo hasta 1956, el año de su muerte, pero no sin grandes dificultades, la principal de ellas sus trastornos mentales, que le impedirán llevar a cabo sus funciones de manera adecuada. Fue sin duda muy popular en su tiempo, y su música entró en los repertorios de innumerables iglesias de todo el mundo. Todavía hoy hay una gran cantidad de coros que interpretan su música. Era un notable compositor de oratorios (Il Natale del Redentore, La Risurrezione di Cristo, Transitus Animae, L’Entrata di Cristo in Gerusalemme, etc.), lo que le ha procurado un gran número de admiradores entre los cantantes, organistas y directores de coro. Sin embargo, además de los oratorios, la música litúrgica será sin lugar a dudas la clave de su éxito. Misas, motetes, responsorios y un sinfín de composiciones al servicio de la liturgia católica, composiciones que en la música sacra le conferirán un prestigio casi inigualable aún en la actualidad.
Así lo recuerda el Dr. Michael Dubiaga Jr. en un ensayo publicado por el Journal Seattle Catholic (30 de noviembre de 2005): “Lorenzo Perosi fue un joven prodigio musical, cuyo extraordinario talento y piedad personal trajeron un rápido avance a una edad temprana. Conocido y respetado en toda Europa, don Perosi era muy demandado por los músicos que viajaban a Roma. Entusiastas de muchos países recuerdan hoy, de sus actividades multidimensionales, sus prolíficas composiciones. Su producción parece asombrosa: más de una docena de oratorios para solistas, coro y orquestra, quizá treinta misas, cientos de motetes, salmos e himnos, suites para orquestra, conciertos para violín, piano y clarinete, docenas de tríos, cuartetos y quintetos de cuerda y también piezas ocasionales. Mantuvo una correspondencia multilingüe durante toda su vida, que se ha conservado en la Biblioteca Vaticana. Pocos han tenido una influencia tan grande en el curso de la música sacra católica en la primera mitad del siglo XX”.
Entonces, ¿cuál fue el secreto de su éxito? ¿Por qué me refiero a él como un misterio? En efecto, sus detractores advirtieron una simplificación excesiva de los medios musicales en algunas de sus piezas, lo acusaron de no estar a la altura requerida en materia técnica. Eso, según sus detractores, acarrearía el deterioro de la “bondad de las formas” necesaria (conforme a lo exigido por el Motu Proprio de S. Pío X) con la introducción de elementos banales en los sacrosantos reinos de la música litúrgica. Hay en esto algo de verdad. También es cierto que, como se había advertido antes, tenía además la intención de prestar servicio a los coros menos avanzados. Sin embargo, el peligro que denunciaban sus detractores tiene una dimensión real, ya que sus muchos imitadores empezaron a producir composiciones similares, aunque sin la inspiración presente en las de Perosi. En mis muchos contactos con la música de este maestro, esto era un misterio para mí: en dicha música hay una cualidad misteriosa que, al final, “saca del apuro”. Te das cuenta de que aunque la técnica no es siempre como debería ser, todo se sostiene con una especie de “magia espiritual” que envuelve la música con una atmósfera de oración. Si pensamos en motetes simples como el Ave Maria, Iubilate Deo, Ecce Panis Angelorum y muchos otros, no podemos evitar que nos deslumbre su belleza simple y su enorme eficacia. Si alguien quiere probar algo más difícil, además de las misas popularísimas (Prima Pontificalis, Secunda Pontificalis, Te Deum Laudamus, Benedicamus Domino, etc.), se puede recurrir a su Magnificat para coro mixto y órgano, donde la inspiración melódica y el sentido instintivo de la forma musical están presentes en cada compás. O el bello O Sanctissima Anima, un motete fascinante para coro mixto cuya calidad espiritual es tan preponderante que te gustaría escuchar el golpe al arrodillarse.
Hoy, en la conmemoración de los 60 años de su muerte, ¿qué queda de él? Con toda certeza sigue siendo muy popular y no solo en Italia. Muchos coros de todo el mundo continúan interpretando su música, pero sin duda menos que antes debido a la crisis que está atravesando la Iglesia Católica en general. No creo que su nombre desaparezca nunca de los repertorios, pero no cabe duda de que su influencia es más débil. Esperemos que se produzca un redescubrimiento a escala internacional de la contribución de este humilde sacerdote a la música sacra y se lleve a cabo un estudio minucioso que defina la cualidad “misteriosa” de su arte, las fuentes de su inspiración y su lugar en la historia de la música.
Aurelio Porfiri es un compositor, director, escritor y docente italiano. Ha publicado 13 libros y más de 300 artículos. Sus composiciones se publican en Italia, Francia, Alemania, Estados Unidos y China. Vive actualmente en Roma. Dirección electrónica: aurelioporfiri@hotmail.com
Traducido del inglés por Jaume Mullol, España
Revisado por el equipo de traductores de español del BCI