Viderunt Omnes[1]
Una Nueva Era ha Comenzado
Enrico Correggia, músico y escritor
Florencia es maravillosa. Especialmente a primera hora de la mañana, con el aroma a cappuccino y repostería impregnando el aire, mientras a mi alrededor aparecen incomparables obras de arte. Frente a mí se alza el Palazzo Vecchio, a la derecha la Galería Uffizi: ¡Cualquier entusiasta de la historia del arte daría un mundo por estar en mis zapatos!
Disfrutando de una plácida caminata intelectual, paso por la casa del Poeta Supremo, Dante Alighieri y la magnífica catedral, para arribar finalmente a Borgo San Lorenzo y la famosa Biblioteca Laurenciana[2]. Aquí estoy, rodeado por una colección de escritos invaluables, que datan del siglo V hasta nuestros días: manuscritos de Petrarca y Boccaccio, el Digesto de Justiniano [3], el Codex Aminatinus[4] y muchas otras maravillas.
Sin embargo, hay un solo texto en el que estoy interesado en este momento; y allí está, tal como esperaba. Pluteo 29.1, conocido por muchos como Magnus Liber Organi[5]. El manuscrito está abierto, sobre la mesa, colocado allí por los expertos. Mi corazón en mi boca, mis rodillas temblando. Finalmente logro tocarlo… y como Dante escribió, caddi, come corpo morto cade: caí como cae un cuerpo muerto.
Me levanté, esperando que nadie me hubiese visto desmayado. Por suerte caí sobre algo suave. Qué extraño: no esperaba encontrar nieve dentro de la biblioteca… ¿¡¿Nieve?!? No sólo descubro que ya no me encuentro en Florencia, sino a juzgar por lo que veo a mi alrededor, por las ropas y expresiones de la gente, ¡en realidad estoy en otro tiempo!
París, 1198 d. C., el año 18avo del reinado de Felipe II[6], el primero del Papa Inocencio III[7].
Justo cuando logré ponerme de pie, fui derribado al suelo nuevamente por una horda de niños jugando y persiguiéndose unos a otros. Un caballero me ayudó a levantarme y me llevó hasta una cálida taberna, dándome un poco de dinero para comprar algo caliente. Él me explicó que pronto tendríamos que irnos porque tiene que asistir a misa: es Navidad. Una chispa iluminó mi mente: tal vez sé la razón por la que estamos aquí. “¡De ninguna manera!” dije. “Yo también voy”.
Así que empezamos a caminar hacia la Catedral de Notre Dame. Justo a tiempo para ver el inicio de una pelea en la taberna: un cliente ha perdido todo apostando a los dados y está tratando de evitar pagar sus deudas. La iglesia es muy diferente de como la conocemos hoy. Es un enorme edificio. El santuario está completo, como lo está el ambulatorio; no hacen ni veinte años desde que el altar fue consagrado[8]. El coro y la parte Este del transepto son accesibles y una pared temporaria ha sido erigida en la parte oeste, para que los servicios litúrgicos puedan llevarse a cabo sin molestias por el trabajo de construcción. El pasillo no está terminado aún.
Mi nuevo amigo y yo tomamos nuestros lugares justo cuando las campanas empiezan a sonar. La misa ha comenzado. Veo al “nuevo” Obispo de París, Eudes de Sully[9], haciendo su entrada procesional, vistiendo atuendos pontificios, mientras el coro canta Puer Natus[10]. Pináculos de incienso se elevan hasta los techos arqueados, hasta alcanzar la piedra principal de la magnífica bóveda en forma de cruz. Y así, entre torculus y salicus, entre scandicus y porrectus[11], el coro llega al final del Introitus y continúa con el Kyrie Cunctipotens[12], y Gloria justo después, mientras el Obispo, en submissa[13] voce, recita el Salmo 42 y el Confiteor, con el diácono y el sub-diácono, que proceden a colmar de incienso el altar[14].
Mientras el canto llega a un fin, el sub-diácono lee la Epístola de San Pablo a los Hebreos en clara voz.
Tiemblo. Sé lo que está a punto de ocurrir. Miro ansioso hacia el coro. Un cantor de unos cuarenta años de edad, presumiblemente el succentor[15], me sonríe abiertamente. Es él, el gran Magister Perotinus[16], una de las figuras más prominentes de la escuela de Notre Dame. Una de las figuras claves de la música medieval. Está allí, justo frente a mis ojos, a sólo un paso de mis oídos. Lo que sucede en los próximos momentos es historia.
Una pausa que pareció durar una vida entera, sigue a la epístola. Entonces viene una gran explosión de dicha. El gradual Viderunt Omnes. En un formato – por primera vez – para cuatro voces. Veo el indicio de una sonrisa en el rostro del Obispo: sus instrucciones han sido respetadas[17].
Luego de una pequeña pausa en la quinta, las otras voces flotan y se balancean en el largo bordón del tenor. El “Vi” es de una calma de ensueño, como un pequeño bote en un mar ligeramente picado, en un pequeño pero definitivo crescendo hacia el “de”. Los cielos se abren en la gloria para permitir a las voces, ahora un poco más oscuras, alcanzar el “runt”. El gran misterio de la encarnación es ahora revelado de una manera casi perturbadora. En el “Om”, la humanidad una vez más encuentra la certeza y es exaltada en un giro vertiginoso, en un gran jubilus[18] que crece y crece, alcanzando su máximo pico en el “nes” final. ¡Qué maravilloso! El resto del gradual es ahora cantado en monódica Gregoriana, en verso.
Pero no termina aún.
Notum fecit Dóminus salutáre summ: ante conspéctum géntium reveléavit iustítiam suam.[19]
Las cuatro voces están abrazándose y entrelazándose una vez más. La expresión atónita en las caras de la gente sentada a mi lado claramente muestra la singularidad de la pieza. La música fluye hasta los contrafuertes, llenando las vigas con armónicos. Nada parecido a esto ha sido escuchado antes. Mientras los neumas se suceden unos a otros, la música se vuelve cada vez más agresiva, resaltando el principal concepto: “ Revelavit”. Y desde aquí el fuego muere en un monódico final que, siendo tan inesperado, enfatiza aún más la esencia de lo divino en el “ iustitiam”. Y ahora entiendo a qué se refería John de Salisbury, Obispo de Chartres, cuando escribió[20]:
“Cuando escuchas las dulces armonías de diferentes cantantes, aquellos que cantan las notas agudas y aquellos que cantan las notas graves, algunos anticipándose a la música y algunos siguiéndola ligeramente atrás, y aún otros con silencios e interludios, podrías pensar que estabas escuchando un coro de sirenas en vez de humanos, y te maravillarías ante el poder de las voces… ni siquiera el canto de las más melodiosas aves puede igualarlo. Tal es la facilidad con la que las voces vuelan, elevándose y precipitándose en las escalas, tan maravilloso el acortamiento y prolongación de las notas, la repetición de frases o su enfática expresión: las notas altas están tan bien ensambladas con los tenores y bajos que tus oídos habrán perdido su poder de discernimiento. Cuando esto es hecho en exceso es más probable suscitar lujuria antes que devoción, pero si es mantenido entre los límites de la moderación, alivia el alma desde los cuidados y ansiedades de la vida, provee dicha, paz y regocijo en el Señor, y eleva el espíritu hasta la compañía de los ángeles.”
Justo cuando el Alleluia (Dies Sanctificatus[21]) está a punto de ser cantado y el Diácono se prepara para abordar el Evangelio, veo todo desaparecer en un remolino a mi alrededor. La sonrisa complacida de Perotinus, las paredes de Notre Dame, los miembros de la congregación… todo se disuelve en un …¡“splash”!
Allí está él, frente a mí: Perotinus, con chaqueta y corbata. En la insignia que cuelga de la solapa de su chaqueta puede leerse: “Pietro – Biblioteca Laurenciana”. Un charco de agua rodea mi cabeza.
“Lo siento, te arrojé agua: no podía despertarte,” dijo él.
Me disculpé por mi bochornoso comportamiento y prometí volver luego, cuando espero estar más estable emocionalmente, entonces decidí regresar a mi hotel. ¿Todo habrá sido un sueño?
En el camino de regreso, pienso en todo lo que ha pasado y deslizo la mano en mi bolsillo. Dentro encuentro una moneda de la época de Felipe II de Francia…
[2] La Biblioteca Laurentiana se basa en una colección personal perteneciente a la familia Medici. Fue creada a instancias del Papa Clemente VII, que encomendó a Miguel Ángel la tarea de diseñarla. Actualmente es una de las bibliotecas más importantes del mundo.
[3] Un trabajo legal de cincuenta libros solicitado por el Emperador Justiniano.
[4] La más antigua versión sobreviviente (finales del siglo VII) de la traducción de la Biblia al latín por San Gerónimo (conocida como la Vulgata).
[5] El Magnus Liber Organi de Gradali et Antiphonario pro servite divino es una colección medieval de piezas de organum perteneciente a la Escuela de Notre Dame en París. Los dos únicos autores conocidos, que se hicieron famosos por el así llamado “Anonymous IV” son Leoninus y Perotinus. El Pluteo data de alrededor del siglo XIII y fue copiado e ilustrado en el taller de Jean Grusch en París.
[6] Felipe II, conocido como Augusto, de la dinastía Capetiana, reinó desde 1180 hasta su muerte en 1223.
[7] Nacido como Lothar of Segni, Papa desde 1198 hasta su muerte en 1216.
[8] Consagrado en 1182 por Enrique de Chatéau-Marçay, Papal Legate, asistido por el Obispo Maurice de Sully. El coro fue completado un poco antes, en 1177.
[9] Hermano de Enrique de Sully, Arzobispo de Bourges, quien fue Obispo de París desde 1198 hasta 1208. Se convirtió en la compañía del arzobispo apenas en 1622.
[10] Introitus gregoriano para la tercera misa del día de Navidad.
[11] Nombres de neumas, signos que componían el sistema medieval de notación musical.
[12] La cuarta orden del Kyriale Gregoriano. El nombre, Cunctipotens, es conferido por el tropo, un texto que fue agregado en tiempos medievales, cambiando la pieza de melismática a silábica.
[13] Suavemente.
[14] En el antiguo rito católico, el celebrador y el coro proceden independientemente uno del otro.
[15] “El que canta de segundo”. Este es usualmente un canon menor, jerárquicamente inferior al Precentor. Él tenía un importante rol en el coro y cantaba los salmos, plegarias y respuestas.
[16] Nacido circa 1160 y muerto alrededor de 1230. Referido por Anonymous IV como “Perotinus Magnus”, aunque aún no se sabe con certeza quién era en realidad. La teoría más popular es que era un “Petrus” que era Succentor en Notre Dame desde (al menos) 1207 hasta1238.
[17] […]Hoc addito, quod responsorium et Benedicamus, in triplo vel quadruplo, vel organo poterunt decantari;[…] (Ex Chartulario illustrissimi domini Joannis Baptistae de Contes, decani Ecclesiae Parisiensis. Charta 156, 1198)
[18] Un largo melisma indica un sentido de alegría.
[19] El Señor ha conocido su salvación: Él ha revelado su justicia ante la vista de los Gentiles.
[20] Policraticus, sive de nugis curialium et de vestigiis philosophorum, 1159
[21] Alleluia de la tercera misa del día de Navidad.
Enrico Correggia se encuentra actualmente estudiando composición en el Conservatorio de Música en Cagliari, Sardinia, en la clase de Emilio Capalbo. Estudió trompeta con Carmine Santona, Antonio Greco, Giorgio Baggiani y Massimo Spiga, y se especializó en ese mismo instrumento con Adomas Kontautas, Marco Braito y Marco Pierobon y en la trompeta natural con Gabriele Cassone. En 2004 entra al mundo de la música vocal, en la clase de Giuseppe Erda. Asiste a clases vocales y de canto Gregoriano con los Professors Guido Milanese y Nino Albarosa, música coral con Ghisliane Morgan y Dario Tabbia, y técnica vocal Úngaro con Katalin Havasi. Ha cantado en diversos coros y es miembro fundador e intérprete de trompeta en la agrupación “4Quartet”, un ecléctico y excéntrico grupo de instrumentos de metal. En 2008 fue nombrado organista y cantor en la Basilica Magistrale di Santa Croce en Cagliari, y se convirtió en Maestro di Cappella en 2010, con el apoyo de Exsurge Domine Vocal, un ensamble dedicado a recuperar la inmensa e invaluable herencia de la música medieval. Se está especializando en órgano con Luigi Ferdinando Tagliavini y Roman Perucki. Email: enricus_ix@yahoo.it
Traducido del Inglés por Vania Romero, Venezuela
Revisado por Juan Casasbellas, Argentina
Edited by Gillian Forlivesi Heywood, Italy